lunes, 28 de junio de 2010

Me abro un tomate



Ayer estuvimos cenando con Carmen y José Luis, y comimos y bebimos y reímos y comimos y bebimos y reímos, y entre una cosa y otra José Luis me recordó algo genial, una frase de padre memorable: "me abro un tomate".

Era -o es- una frase de este tiempo, de cálido verano, de padre en camiseta blanca interior de tirantes, de mucho calor y de no conocer el aire acondicionado, de calima calurosa y de primeras cervezas con gaseosa de niño, de noches en la calle o de salir mil veces al balcón esperando que fuera hiciera menos calor. Y es en este contexto cuando tu padre antes de cenar o para cenar decía la frase, tomaba un tomate de los que se pueden llamar tomates, con toques verdes sobre un rojo intenso, un tomate con abolladuras y nada regular -a diferencia de la perfección de los actuales-, un tomate con olor y mejor sabor; lo partía en gajos y vertía sobre él un puñado de sal -no había problema con la tensión- y un generoso chorro de aceite del bueno, todo sobre un plato de duralex ámbar que mataba la magia del aceite. Y así, entre sudor de frente por el calor y telediarios rancios se comía mi padre ese tomate, como quien come el mejor manjar.




Hoy en día, podemos hacer esto con muy pocos productos, el calor sigue siendo el mismo, pero por fortuna se han desterrado las camisetas de interior blancas y de tirantes -una pena para mi fornido cuerpo-, ayer mismo, mientras comentábamos ésto, las nuevas generaciones de seis-siete años decían: "me abro la Nintendo".

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