martes, 29 de junio de 2010

Nada es gratis



Al menos en mi vida, todo lo que tengo y lo que soy es fruto de un esfuerzo, de una pelea constante entre esperar que hagan las cosas otros o que las haga yo mismo. Por todo lo que quiero tengo que pagar un precio -y por desgracia muy pocas veces es con dinero, sería la salvación de muchos si fuera así, su pastilla mágica que todo lo consigue-, Jorge Bucay insiste mucho en este pensamiento, para él una de sus verdades-montaña o verdades-estrella, es decir, una de esas verdades que son lo menos efímeras posibles: "nada que sea bueno es gratis".

Cuando suceden cosas, cuando hay problemas necesitamos soluciones y las queremos, pero ¿cuánto estamos dispuestos a pagar por ello? Hay personas que esperarán sentadas, impasibles, con buen talante y sonrisa en la cara, a que venga otro y de con la solución, son personas pasivas no acostumbradas a sufrir ni a hacer aquello para lo que creen no están programadas -si es que alguno lo estamos-, pero que por contra, si que quieren la mejor solución y se suman a quien se la aporte. Tal vez, su precio a pagar sea la sonrisa y un buenos días, con el mayor cariño del mundo, todos los días, tal vez sea su negación a actuar, su negación a hacer, su negación a sufrir, su negación a pagar ya que "nada que sea bueno es gratis".

Hace tiempo que sentí la afirmación de ésta verdad-montaña o verdad-estrella y trabajo duro y sufro para intentar tener lo bueno que pasa, pero por desgracia, no todo es bueno, no por todo debo estar pagando un precio, tal vez no estoy aportando lo suficiente. Lo que si se bien claro es que soy un luchador, aprendí que no es lo importante ganar la pelea, lo importante es lucharla, es hacerla, es trabajarla, es soñarla, es desearla, ya que hay gente que la quiere ganar sin hacer nada, sin luchar, sin hacer, sin trabajar, sin sufrir, pero soñándola y deseándola con el único objeto de ganar, no de disfrutar del entrenamiento y de todo el camino intermedio.

No existen las pastillas mágicas, ni mañana será otro día, ni ya lo haré luego ahora no me apetece, ni si yo lo quiero porque no lo tengo, admitir que "nada que sea bueno es gratis" supone abandonar para siempre la idea infantil de que alguien debe darme algo porque sí, porque yo lo quiero o porque yo lo valgo. Mata cuanto antes a ese niño que hay en ti, ya que no te está dejando evolucionar. En la vida las cosas no se hacen porque se deseen se hacen porque se trabajan y se paga por ello un precio, aunque a todos muchas veces nos gustaría pedir un deseo y que se cumpliera.


Jorge Bucay es "un psicodramatista, terapeuta gestáltico y escritor argentino", con esta introducción extraída de la wikipedia, Jorge da miedo, pero es un tipo genial, ha vendido calcetines, libros, seguros, ha sido taxista y payaso, actor, y todo lo que le echen por delante, y por supuesto escritor de cuentos, y como el mismo dice: "los cuentos sirven para dormir a los niños y para despertar a los adultos".

Os dejo con un cuento de Jorge Bucay de un libro que recomiendo totalmente "Cuentos para pensar", el cuento se titula "Darse cuenta" y te expresa de una forma muy gráfica lo que muchas veces hacemos ante los problemas y de lo duros que somos los humanos para cambiar, para darnos cuenta de que si algo no funciona hay que cambiarlo, que por más que desees que mañana no pase, si no has hecho nada, mañana volverá a pasar y de las mil excusas que nos ponemos para defendernos. Me gusta mucho la idea de que si siempre haces lo mismo y no funciona, cambia, si te obstinar en cometer siempre los mismos errores, no es que seamos así, es que soy muy torpe, cambia y te irá mejor.


Darse cuenta

"Este cuento está inspirado en un poema de un monje tibetano, Rimpoché, y lo reescribí según mi propia manera de hablar para mostrar otra característica más de nosotros, los humanos".

Me levanto por la mañana.
Salgo de mi casa.
Hay un socavón en la acera.
No lo veo
y me caigo en él.


Al día siguiente
salgo de mi casa,
me olvido de que hay un socavón en la acera,
y me vuelvo a caer en él.


Al tercer día
salgo de mi casa tratando de acordarme
de que hay un socavón en la acera.
Sin embargo,
no lo recuerdo
y caigo en él.


Al cuarto día
salgo de mi casa tratando de acordarme
del socavón en la acera.
Lo recuerdo y,
a pesar de eso,
no veo el pozo y caigo en él.


Al quinto día
salgo de mi casa.
Recuerdo que tengo que tener presente
el socavón en la acera
y camino mirando el suelo.
Y lo veo y,
a pesar de verlo,
caigo en él.


Al sexto día
salgo de mi casa.
Recuerdo el socavón en la acera.
Voy buscándolo con la mirada.
Lo veo,
intento saltarlo,
pero caigo en él.


Al séptimo día
salgo de mi casa.
Veo el socavón.
Tomo carrerilla,
salto,
rozo con la punta de mis pies el borde del otro lado,
pero no es suficiente y caigo en él.


Al octavo día,
salgo de mi casa,
veo el socavón,
tomo carrerilla,
salto,
¡llego al otro lado!
Me siento tan orgulloso de haberlo conseguido
que lo celebro dando saltos de alegría…
Y, al hacerlo,
caigo otra vez en el pozo.


Al noveno día,
salgo de mi casa,
veo el socavón,
tomo carrerilla,
lo salto,
y sigo mi camino.


Al décimo día,
justo hoy,
me doy cuenta
de que es más cómodo
caminar…
por la acera de enfrente.

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