miércoles, 16 de febrero de 2011

Procesión de paraguas



Los entierros no son gusto de nadie y menos cuando te despides de alguien querido, desde el encuentro en el atrio de la iglesia con el vehículo que transporta el ataúd repleto de flores de colores con bandas que nadie lee; la entrada a hombros a la iglesia siempre con los pies por delante; la gente mirando; la gente con cariño y respeto acompañando; la propia misa en la que a través del evangelio se repasa la vida de una persona, en este caso con cariño, mi tío por curiosidades de la vida había entablado amistad con un cura, no por la afinidad de mi tío por asistir a las misas ni responsos, simplemente por coincidencia y afinidad, y este cura amigo había podido disfrutar y hacerse abrir al cariño de mi tío, al que había aprendido a querer y estimar; las bendiciones; los abrazos y estrechamientos de mano en la parte que más me gusta de la misa; la salida del féretro a hombros, siempre con los pies por delante, aunque la gente no te deje pasar ya que lo que quieren es dar el pésame; y el acompañamiento al cementerio en un día lluvioso que convierte el triste paseo en una procesión de paraguas de caras tristes y ecos lejanos de oraciones a la trasera del vehículo.


El día en Anguiano estaba muy triste, lloroso, el barrio de Cuevas se tornaba pardo y grisáceo, con la niebla apostada en la coronilla de los montes y con una humedad fría e incompasiva. Su pueblo le lloraba a la comitiva que le abandonamos entre tristezas y alegrías por reencuentros con familiares, que lamentablemente sólo te encuentras en estas ocasiones, por algo alegre siempre los quehaceres diarios nos impiden hacer el esfuerzo. Jesús Moreno Muñoz por un día fue protagonista, en vida no le hubiera gustado, que tanta gente estuviera pendiente de él, era algo que no formaba parte de su sentir vital, pero casi lo peor es la soledad en la que se queda ahora mi tía Maura, por más que la gente la acompañemos se ha quedado sola, huérfana del que tantos años le acompañó en la vida, la pareja inseparable que a todo iba junta, de hecho, la única vez que he hablado en singular de mi tío Jesús ha sido estos dos días, hasta ahora siempre eran mis tíos, como un conjunto indivisible con entidad propia y sentimientos propios, algo único y que pocas veces se repite, pero lamentablemente finito. Así acaba este día triste y lloroso, en el que por fin abandona su Logroño para descansar en su Anguiano, entre abrazos de primos y pésames desconocidos, pero con la alegría de haber conocido a alguien que vivió siendo bueno.



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