martes, 8 de noviembre de 2011

Una vuelta a la manzana



Aprovechando los rayos de sol que acompañaban a la tarde, sacamos nuestras piernas a pasear y nuestros ojos a disfrutar. En la casa de la esquina, el cazador de pega, seguía esperando su momento, a la caza del intruso, a la caza de los sueños.


Las tres cruces de siempre, formales y obedientes, marcando el camino, como una cruz en el mapa que indica la ruta. De fondo todo verde y con un olor mágico, la tarde promete.


Al pie del sendero multitud de manzanos, algunos sin hojas ya, que guardan entre sus ramas las últimas manzanas, rojas ya de vergüenza entre los ramales desnudos, como premios de feria se exponen. En otros lados los lagares aguardan con su zumo fermentado, sidra de vida.


Sobre los pechos de los montes las nubes pudorosas, anticipan la caída de la tarde, sobre sus cumbres ahora empavonadas, ahora magestuosas, se divisa toda la costa, mientras los rayos de sol toman los campos y no los quieren soltar.


Los caballos que se alimentan en los cercados, relinchan y nos miran con curiosidad equina, se acercan lo más que pueden en busca de mejor comida. Las manzanas que por el suelo juegan a ser pelotas, se convierten en un exquisito bocado entre hierba y hierba.


El otoño va marcando los árboles y los ritmos del sueño, mientras las hojas de muchos de ellos pasan a ser alfombra de caminos, las hiedras y las hierbas sin dueño se apoderan todavía de troncos y paredes, convirtiéndose en bufanda para un tronco que espera al nuevo invierno.


Sobre el olor hierba que nos acompaña algún buey nos marca su territorio, ensalada de hierbas apetitosas al calor de la tarde, alimento que se levanta erguido y se deja amansar por el escaso viento que reparte aromas y querencias a partes iguales.


Las casas jalonan el camino con su colorido y horizontales quebradas, equilibrios curiosos de maderas mal colocadas al pie de infinitas macetas que retienen vida y color en los últimos recuerdos del último verano. Todo un jardín fragmentado a la puerta de casa, en la tierra donde el verde todo lo gana.


La tarde va cayendo poco a poco, y mientras en el sendero se abren quicios sin puerta, que pugnan por retener un trocito de naturaleza, los cables humanos cruzan el cielo creando cuadrantes de mapa en un espacio sin fronteras.


Los pájaros anuncian el caer de la tarde, mientras pían y expían pecados ocultos entre las ramas, nuestros pasos ya vuelven sobre sus huellas, recogiendo las pistas que hemos ido dejando para no perder el rumbo de una tarde por la que nos dejamos llevar.


Mientras las flores, abiertas y radiantes, nos enseñan sus mejores galas, volvemos a casa después de dar la vuelta a la manzana, sin sidra pero roja, y con la sensación de energía renovada, pulmones frescos y ojos plenos.

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