lunes, 9 de enero de 2012

Cumpleaños de padre y muy señor mío



Comienza el año y comienza la ruta de cumpleaños, en mi casa repartidos en los meses de enero y junio principalmente, por eso de compartir horóscopos y comer tarta fin de semana sí y fin de semana también. El primero en inaugurarlos es mi padre, un hijo tempranero en aquel invierno frío de Anguiano, tras nueve días de aquel año de 1934, Melchora daba a luz a su penúltimo hijo, pero que con la temprana muerte de su hermano más pequeño, sería siempre el benjamín de la casa, el pequeño pero grande por dentro Marcelino. A sus 78 años vale tanto como el corazón que atesora, aunque sus canas tiñeron pronto su pelo, nunca lo he visto envejecer, su corazón inalterable al tiempo y su fuerza por vivir le permitieron no mudar a viejo año tras año, eso sí, de la figura de padre que te indica todo lo que tienes que hacer le he visto pasar a la figura de abuelo que ríe, palmotea y disfruta con sus nietos, una vuelta a disfrutar de la vida merecida en alguien que tanto ha trabajado por hacer que hoy estemos donde estamos.


Disfrutarlo en casa con toda la familia fue algo más que un placer, pese a la comilona pantagruélica, digna de una gran madre, los gritos de un lado y los berrinches de niño, uno que se levanta por un lado y dos que no se sientan, jarras que se rompen y platos que no paran de llegar, pese a eso, uno siente que cada vez los entiende mejor, y que el tiempo es un gran bálsamo para recompensar te quieros no dados.


Miro a mis padres y los quiero, más por sus defectos, que por sus virtudes, y mucho más ahora, cuando los nietos les hacen revivir y sus huesos les recuerdan lo apegados que están a la tierra, se necesitan y se quieren, se tienen y se abrazan cuando las luces se apagan y el barullo de los nietos deja paso a la tranquilidad de la tarde y a las películas de vaqueros.


Ahora los nietos todo lo cubren y todo lo llenan, las tartas se convierten en algo más que un dulce que se comparte entre todos, poco importa que los 78 años se conviertan en 14 siempre que se pueda soplar y pedir un deseo bien grande.


Así abuelo y nieto, ambos dos con toda la vida por delante, soplan con todas sus fuerzas, sin acordarse ambos dos que antes hay que pedir un deseo, pero poniendo las mismas caras y los mismos gestos, soñando en celebrar un millón de cumpleaños más.


Después el placer de los golosos convertido en tarta selva negra, sacia y apacigua la dulce gula que el abuelo debe minimizar por la glucosa. El comida de cumpleaños acaba, con un año más para mi padre, pero con el dulce deseo de que sus ojos sigan viéndonos a todos juntos. Felicidades padre, cada día eres más importante para mi.

4 comentarios:

  1. Felicidades Tio.
    Muchos Besos

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  2. Se los envío, que no se que me da, que él no estará conectado.

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  3. Muchas felicidades, suegro. Da gusto disfrutarte y ver cómo quieres y cuidas a tus nietos (y cómo les haces rabiar, también, algo que va contigo, es parte de tu personalidad). Mil besos

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