lunes, 30 de abril de 2012

Peterheart



Dicen que entre los cuarenta y los cincuenta comienza el ecuador de la vida, el punto medio de equilibrio entre lo que ha sido y lo que vendrá, un punto de inflexión que te hace ver lo vivido con otros ojos, donde las ganas de comerse el mundo se mudan en las ganas de disfrutar del mundo. Pedro Ignacio entra hoy en ese periodo, comienza una nueva etapa con el corazón nuevo y adaptándose a trompicones a sus nuevas circunstancias.

Mucho queda de aquel joven que conocí hace más de 22 años, un joven alto, con más barba que yo y con un corazón que ya no le cabía en el pecho, amante del buen comer y mejor beber, capaz de disfrutar bebiendo a morro sangría caliente en Sanfermines y sólo poder beber patxarán en vaso ancho y con dos hielos; goloso, pastelero y laminero a partes iguales, que a nadie se le ocurra citarle en un combate de bocaditos de nata que perderá; amante del baloncesto, estar con los amigos y de su sociedad; lector infatigable de sueños y compañero para lo que quieras.

Comienza sus 40 con corazón nuevo, a nada que guarde la mitad del anterior ya será imparable, por todo ello, y por todo lo que no se puede escribir con palabras: Felicidades Pedro Ignacio.

viernes, 27 de abril de 2012

Mirando estampitas



Aquel día amanecía Vitoria sobre un cielo taponado de nubes, chispazos de azul y reflejos de tejados. Era un buen día para fijarse en los detalles, en las cosas pequeñas a las que nunca les damos importancia. Caminaba sin rumbo por el mundo de los detalles insignificantes.


El león de la fuente escupía un chorro de agua clara. Encerrado en su anillo, apretaba la cara y sus morros para sacar el agua fuera de su prisión pétrea. De cara triste y morro torcido la fuente se llena de un murmullo de agua rota al caer que hace elevar la voz de la gente.



En el suelo las palomas y palomos arrullan al compás del agua de la fuente, el león no les asusta y bailan a sus pies en cortejos incesantes de pronto y cansino vuelo. Cantalean unas y otras entre gorjeos de amor esperando que alguna patata frita caiga al suelo y traiga el desayuno a la mesa.


Me topo de frente con el Conde de Peñaflorida, le saludo cortésmente, pero hace como que no me ve y mantiene su mirada fija en el horizonte, será ilustrado y académico, pero nada educado, a sus 62 años la arrogancia no la ha perdido. Hoy sábado le hubiera tocado por sesión, cuestión de actualidad.


En las calles, dos vacas se arropan junto a la pared mirando a la gente pasar, todo un sanfermín-light con corredores de traje y peinados recién hechos, perseguidos por una ganadería, más bien parada y llena de color, de la que nadie se asusta, y que en el día, casi se convierte en invisible.


El anfiteatro se convierte en un buen despacho de wifi gratuita, apostados tras sus ordenadores, los directores corrientes, parece que van a empezar una carrera de velocidad, por ver quien teclea más. Su oficina pronto se llena de gente que de un lado a otro mira, sin fijarse en nada.


El reloj se muestra inexorable, no descansa, no para, con Celedón o sin Celedón, allí está, marcando el tiempo y haciendo sonar su campanita para que nadie se duerma. Su gran campana aguarda a retumbar en la mañana a la hora debida, no hay prisa, tan sólo es cuestión de tiempo.


La mañana se acaba para dejar paso al mediodía, y mientras, la gente en bancadas, se deja hipnotizar por el reloj de la torre, al pie de batallas ganadas, con la dignidad de un ejecutivo en chandal, y con los cantones abiertos a la oscuridad. Mirando estampitas, uno se da cuenta de todos los detalles que no le deja ver la vida.

jueves, 26 de abril de 2012

Deporte para todos los públicos



Sobre la fría noche de Vitoria el agua rompe desde la altura, como un rayo de luz entre la oscuridad. Se siente la humedad y una caja de luz me atrae como un imán.


Unas enormes cristaleras se iluminan en la noche sobre un edificio del que no para de salir y entrar gente, todos en pleno barullo, los adolescentes con sus voces agudas y emitiendo berridos sin sentido; los mayores en efecto coral, hablan todos a la vez creando un murmullo constante que taladra cualquier oído. Es el centro cívico Hegoalde en Vitoria, el centro cívico de el barrio de San Cristobal y Adurtza, mis pasos se han encaminado hacia él, sin ningún sentido, pero me acerco a descubrirlo una vez más.


En la sala de lectura, gentes de todo tipo, corrientes vidas que bostezan por tiempos, dos personas en una mesa y cada una mirando a un sitio, la gente mayor reemplaza el café de un bar por revistas y periódicos que tan sólo ojean para leer las letras más grandes, los jóvenes se arremolinan sobre juegos de mesa llevándose la atención del respetable, cuando alguien pierde y la noticia se reparte a base de gritos.


Me meto dentro, la temperatura sube, todo parece cubierto de un eco permanente, las pistas se ven de un lado a otro, algunos machacan sus cuerpos al squash, mientras unos niños se divierten trepando sobre el rocódromo sin miedo a las alturas, uno sujeta, el otro trepa. Poco a poco, como una araña su cuerpo asciende sin aparente dificultad.


Mientras ellos suben, en la pista, el bote de un balón de baloncesto, parece marcar los tiempos de los movimientos de ascensión. Cuatro amigos, sudan la camiseta, en un dos contra dos eterno, siempre los mismos contra los mismos, esperando por uno de los lados que éste sea el día del triunfo. Se mueven viviéndolo con la máxima intensidad, por un momento se creen los mejores, después, con un zurito en la mano volverán a bajar a la tierra.


En la pista del otro lado, un entrenador domestica a tres incipientes chavales, la lección el tiro de tres, y así les enseña el maestro, de cada tiro que hacen ellos, él intenta tres, le es tan difícil cuando el balón llega a sus manos no hacer un tiro, que acaba jugando más que los pequeños e incipientes jugadores de baloncesto, que ante semejante pista no pueden evitar, volver a casa y rendidos del día, dormirse, soñando en que mañana, tal vez, sean más altos.


Desde el otro lado se siente un chapoteo, me acerco y el calor me empaña, la cristalera no es suficiente para detener la temperatura, allí sobre la piscina, cada uno va a lo suyo, unos que vienen y van, otros que paran a mitad de camino, y otros que ven en la distancia todo un reto.


Visto todo, me alejo, sudando de calor y dispuesto a volver al frío de la noche, encantado de la vida de un centro cívico del que recupero su sentido etimológico. Mientras salgo por el laberinto de puertas que me marcan la salida, me vuelvo a topar con el murmullo coral de abuelos y los adolescentes que repartidos en grupos de chicos y grupos de chicas, conversan sobre mundos diferentes. Me marcho hacia la oscuridad, pero no puedo evitar pensar por qué en mi ciudad, o en otras, no hay nada parecido en cada barrio, no un par para toda la ciudad.

miércoles, 25 de abril de 2012

El dispensario



Ahora que empiezan los recortes en sanidad, y que el copago de algo que ya hemos pagado emerge, vía recetas, o vía médicos, o vía hospitales, rescato de mi memoria infantil otros tiempos que me demuestran que estamos haciendo una historia regresiva, y que lo que durante tantos años parecía normal, ahora es excepcional. Zaragoza fue una ciudad pionera en aquellos años 70 en la lucha con la tuberculosis, nunca es bueno mirar hacia atrás y poder comprobar que con el paso del tiempo se regresa al pasado en lugar de crear un futuro mejor.



viernes, 20 de abril de 2012

Gracias por existir



Me es muy difícil imaginarme una vida sin ti. Me sería imposible despertar cada mañana, muy temprano, sin intentar hacer ruido para no despertarte, no sería capaz de vivir sin el primer beso al compás del despertador que te hace levantar, no podría vivir sin ese abrazo de mañana dejándote arropar por mi acolchado cuerpo. No podría reír ni bromear entre telediarios que parecen anuncios de pompas fúnebres. Ni podría trabajar sin tenerte a mi lado y que aguantaras mi estricto proceder. Jamás cocinar sería divertido, ni discutir sobre si se pone antes el plato o el filete, para que me serviría reinventar una receta si no la pudieras disfrutar. Ni jugar con el mando de una televisión que nos programa cosas a diferentes gustos. No sé si podría leer o empezar mil cosas sin podértelas contar. Me sería imposible arropar mi cuerpo sin tu calor, ni conciliar el sueño que siempre me regalas.

Cuando un día como el de hoy, nacías en Adurtza, sobre una cama de una habitación, como se hacía antes, para nacer más casera que nadie, no sabes como aquel día cambió mi vida, el tiempo te formó y yo tuve la gran fortuna de un día cruzarme a tu lado y ver lo bonito que sería imaginarme una vida contigo. Gracias por existir. Gracias.

jueves, 19 de abril de 2012

El día que tocamos el cielo



Era un lunes frío, muy frío. Era un lunes en la montaña más alta del mundo, en el Everest, a 8.848 metros por encima del mar. Era y fue, el día que por unos segundos tocamos el cielo con nuestro nombre sin movernos de nuestro despacho gracias a mi amigo Víctor Izquierdo.


Víctor no lo había tenido fácil en su pelea personal con el Everest, dos intentos anteriores le habían dejado a las puertas de una cima de la que él puede decir que nadie en la tierra estaba por encima suyo. Las otras veces y siempre por el maldito mal tiempo se quedó a 7.200 metros la primera vez y a 8.000 la segunda, en ambos casos casi ni veía la cima por el temporal, pero sabía que estaba ahí. Un lunes 18 de mayo de 2009, el Everest se doblegó a su persistencia, acompañado por el sherpa Mukthu, que ya había tocado la cima del Everest en seis ocasiones, afrontaron el ataque definitivo desde su último campo base a las once de la noche del domingo a 8.350 m de altura, mientras otros estábamos viendo la tele tan tranquilos desde casa.


Por suerte, aquel día los idus estaban de cara, el cielo estaba despejado, y el maldito viento no había hecho acto de presencia. Avanzaron a sabiendas de que sus vidas estaban en juego, la ascensión además se realizaba por la temida cara norte, si hay que hacerlo, cuanto más difícil mejor. Siete horas de esfuerzo brutal para avanzar 500 empinados metros, obtenían su sacrificio, y a las seis de la mañana se hacía la foto que os he puesto hoy con la cara del triunfo y del dolor, y regalándonos que por un momento nuestro DOGO tocase el cielo. Después tocaba bajar y en una montaña no hay nada fácil, como ya conté en subir, para tal vez, no bajar.


El frío y el viento comenzaron a tomar posiciones, y la bajada se complicó. Muchas expediciones comerciales intentaban subir o se daban la vuelta, mientras dos Víctor y el sherpa, agotados, descendían a duras penas por las heladas laderas. Sobre el horizonte blanco que se empinaba hacia abajo descubrieron dos siluetas que la nieve hacía desaparecer por momentos y que vagaban sin rumbo, Víctor decidió abandonar su descenso y acercarse a ellos, eran dos alpinistas italianos, un hombre y una mujer, ambos sufrían ceguera por la falta de oxígeno, y Víctor los conocía del campo base, a 8.500 m. decidieron ayudarles a bajar, a sabiendas de que la muerte ya había tomado su decisión, a duras penas y con mucha fuerza pudieron descender con ellos las dos paredes verticales, que ya en condiciones normales son temibles, y tras largas horas pernoctaban en el campo III, sin saborear todavía el triunfo. Al día siguiente, sin reponerse todavía del todo bajaron hasta el campo base y los italianos pudieron ser tratados.


Siempre hay un día en el que tocas el cielo, lo sientes, pero casi ni lo puedes disfrutar, algunos se desesperan por querer tocarlo eternamente, a mi, me basta con saber que un día estuve allí, y soy igual de feliz el día que toqué el cielo, que el día que toqué el suelo. Aunque difícilmente me veréis subir una montaña, a sabiendas de que luego la tengo que bajar, Víctor ya lo hace por mi. Felicidades Víctor.

miércoles, 18 de abril de 2012

Donde hubo fuego



Mientras la noche dura consume el sueño y desvela los pensamientos, arde por dentro un mundo de sentimientos que nada, ni nadie puede apagar, quema el dolor como una llaga abierta curada con agua de mar, el estómago se encoge atraído hacia el interior, el fuego arde, como lo hizo siempre, la llama se aviva con el aire que ya no se mueve.


El viento fuera golpetea con rabia machacando el ventanuco, el calor dentro amansa sin duelo mi ataúd de pensamientos. Las horas pasan, el sueño no llega, la noche será dura, la tristeza me embarga. La ilusión renovada a duras penas gana un combate de perdedores, la mala suerte, sin duda, es una buena guía en las noches oscuras. Fuera, el viento me sobrecoge, dentro, no siento nada.


El fuego, poco a poco se consume, ha acabado con toda la leña, ya sólo quedan los últimos troncos, el fuego sigue, la madera escasea. Me acerco al fuego en el que tantas veces me quemé, nunca me importó, a nadie le importa arder, si con eso da calor, pero ahora aparto mi mano y veo consumirse el fuego, siempre me dará calor y nunca olvido que donde hubo fuego siempre quedan cenizas.



No hay canción más bonita para una noche sin sueños, en el que las palabras fueron avispas, en el que es difícil distinguir lo complicado de lo simple, en el que ya somos más viejos y sinceros, y qué más da, si miramos la "laguna" como llaman a la eternidad. Héroes del Silencio, "la chispa adecuada".

martes, 17 de abril de 2012

Monte Ducay Reserva 1970



Los padres, siempre le sorprenden a uno, vas a comer a su casa un domingo, preparado y concienciado a que te van a poner sobre la mesa cuatro primeros, cuatro segundos y dos postres, más que a elegir a probar de todos, y vas más feliz que una perdiz. Pero para lo que uno no está preparado, es para que de repente te pregunte tu padre que qué vino saca, le digas que el que quiera, que no pasa nada y de repente se presenta en la mesa con un Monte Ducay Reserva de 1970.


Y se queda tan feliz, sin darse cuenta de que te acaba de colocar un vino que tiene la friolera de 42 años, y que independientemente de que si su contenido es brillante o no, su valor histórico está ahí, es un vino que viene del momento en que se estaba celebrando en España el Proceso de Burgos, o de cuando Julio Iglesias con sus trajes ceñidos y su trío coral, cantaba Gwendolyne en Eurovisión. Eran los tiempos de la vicepresidencia del Almirente Luis Carrero Blanco, en los que se postulaba como el sucesor de Franco. Son 42 años y alguno menos dentro de una botella.


Un vino que denota el paso del tiempo, principalmente en su etiqueta, de diseño historicista, con dorados apagados, negro de fondo y detalles en granate. Dos leones sostienen una "C" que me imagino será por Cariñena, ya que la Cooperativa San Valero no tiene ninguna "C" entre sus letras, ni el nombre de Monte Ducay. Eran los tiempos en que los vinos de Cariñena tenían fama (merecida entonces) de vinos fuertes y peleones.


Preguntando el origen de la misma, llegamos a la conclusión que la había llevado allí mi hermano, en alguno de esos regalos, que como médico le daban en alguna visita a domicilio en algún pueblo, alguien debió de bucear en su bodega y le obsequió con esta botella, por el consuelo de una gripe bien curada. Y allí estaba la botella, esperando para ser abierta, 42 años después, y por supuesto no fui capaz de hacerlo, guardé la botella, a sabiendas que lo menos importante, tal vez es su interior, y me la traje para casa como recuerdo, estoy seguro que la botella no piensa lo mismo, por fin había creído que ese día era el momento de su estreno, y ahora yo la he vuelto a condenar al ostracismo.

lunes, 16 de abril de 2012

Mi Motoretta y yo



Mi motoretta y yo éramos uno, desde el primer día que llegó a mi, estábamos hechos a imagen y semejanza, sus gordas ruedas y su sillín enorme, hacían juego con grueso cuerpo juvenil. Con ella recorrí una carretera hasta donde acaba el mundo, me estrellé contra paredes, coches y viñedos, caí en zarzales y probé la resistencia de las piedras al impacto adolescente de la velocidad. Juré no abandonarla ningún verano, pero no cumplí la palabra, ahora duerme abandonada, entre óxidos y telarañas en la bodega de nuestra casa de Leache, pero que sepas motoretta que yo nunca te he olvidado.


Mi motoretta llegó, como tantas cosas, a finales de junio, en justo premio a haber aprobado, y bien, todas las asignaturas de octavo de EGB. Anteriormente mi hermano y yo compartíamos una GAC clásica, de las de toda la vida, pero el compartir era mucho decir, si mi hermano iba para la derecha, yo quería ir para la izquierda, y así siempre, así que acabábamos a garrotazos por la bici y al año siguiente se optó por comprarme una a mi y así evitar problemas. Desde que la vi en la tienda supe que quería una con ruedas anchas para ir por los caminos de Leache.



Me gustaban otras, para ser sincero, pero la motoretta era la única de ese estilo que se podía plegar por la mitad, y eso facilitaba su transporte si la queríamos llevar de un pueblo a otro, así que tuve que admitir barco como animal de compañía, aunque luego me cautivó como bici. Lo más curioso del tema es que aquel verano viajó plegada para llegar a Leache, y desde aquel día no se volvió a plegar nunca más ya que se quedó allí para siempre, nunca abandonó a su pueblo.


Pero si por algo era característica la motoretta era por su sillín, seguro que con uno más austero y más estirado y hasta con respaldo para los riñones, como llevaban otras, se habría vendido mucho más esta bici, pero el que la diseño, me imagino que pensó que para andar por caminos duros, llenos de piedras, no había nada mejor que un buen sillín para amortiguar las posaderas, y así lo hizo, le colocó un sillín que más parece un sofá de tres plazas y que doy fe de que era cómodo, cómodo.


Piñones y platos no tenía más que uno, pero no necesitaba más, cuesta abajo camino Aibar era imparable, entre ella y mi peso en caída libre llegábamos a sentir la velocidad del sonido, claro está que de tanta vibración se tambaleaba la rueda delantera y más de una vez si se me soltaba el pie del pedal, de tan rápido que le daba, me zigzageaba la bici y acababa en un zarzal junto a una viña, cubierto de heridas y volviendo andando, maltrecho yo, y maltrecha la bici.


Para las subidas era más dura, por que si algo tenía esta bici era peso, intentar levantar la rueda de adelante ya precisaba de bastante fuerza, así que subir las cuestas exigían de tirar de buenas piernas y de ir casi siempre de pie en la bici para pedalear con más fuerza. Algo que la convertía también en un poco blanda respecto a las otras bicis de ruedas anchas, es que tenía soporte para aguantar de pie, siendo lo suyo de estas bicis, aguantarse sobre una pared o estar tirada en el suelo. Era un híbrido entre las GAC normales, como la de mi hermano, y las bicis de cross.


Frente al escudo de GAC y en la rueda delantera, llevaba una horquilla que le confería un aspecto más deportivo. Con esa parte y la rueda es con la que impacté de frente contra el GS de mi primo Pedro en una de las calles de Leache como conté en otro post, pese a quedar como un ocho, fue reemplazada por otra, aunque tuve que hacer propósito de enmienda y prometer no ir como un loco por las calles de Leache, asunto que prometí para no cumplir en el momento que volví a hacerme con mi bici restaurada.


El manillar del freno también era muy curioso, en la parte final portaba una bola esférica que ayudaba a aguantar bien la mano y a frenar con fuerza, la pena era que dejaba desgastar tanto los frenos que ya podía apretar todo lo que quisiera que las zapatas estaban tan gastadas, que había que ir rezando unos cuantos rosarios si no querías comerte lo primero que se te venía delante. Además, con esas bolas he rascado bastantes de las paredes de Leache, bien por despistes o por intentar apurar demasiado, las bolas me salvaban de no darme un golpe en los dedos meñiques.


Finalmente, en la parte trasera llevaba una parrilla que venía muy bien para poder llevar un balón, ya que llevaba una pinza que ayudaba a sujetarlo, o también servía para intentar que alguien pusiera la mano y soltarla como si fuera una trampa para ratones.

Así, mi motoretta y yo pasamos muchas aventuras en los caminos y las calles de Leache, a la piscina iba sola y entre huertos meter sus ruedas en el agua era todo un placer, pero tras varios años, llegó otro junio y por buenas notas nos regalaron una bici de las que se denominaban "de carreras", aunque de eso sólo tenían el apelativo, ya que si cualquier ciclista hubiera tenido que correr con una de ellas no hubiera aguantado ni el primer puerto de lo que pesaba, pero eso sí, llevaba calapiés, dos platos, cinco piñones con cambio y un manillar como los cuernos de un carnero. Su llegada llevó al ostracismo a las dos GAC que había en casa, poco a poco las fuimos abandonando, con todo lo que nos habían dado.

El último año no se me ocurrió otra maldad, que armado de llave inglesa y destornillador desmonté la bici de mi hermano y con su rueda delantera fina, se la coloqué a la motoretta, al principio me hizo gracia, pero con el tiempo hay que reconocer que el resultado era deplorable, daba pena verla a mi motoretta con lo que había sido, y así aguanta ahora, sin su rueda original, olvidada en la bodega de casa de Leache, entre tarros vacíos y mesas viejas, esperando a que algún día la desempolve y me de con ella una vuelta por el pueblo. Va por ti motoretta.

Imágenes retocadas de bicinova.com.es

viernes, 13 de abril de 2012

Máximo Goñi, 13 de abril de 1904



Máximo Goñi Moriones nacía un 13 de abril de 1904, en la casa de Valentín Goñi Suescun, una antigua casa de piedra que presentaba barrigas en toda su fachada. Era el primer varón, su madre, Nemesia Moriones Aingo, había tenido antes dos niñas, Visitación y Paulina, ahora por fin llegaba Máximo, Valentín tendría ayuda para el campo y con los animales. Entre todos se llevaban dos años y Valentín había cumplido ya los 40 años, así que la llegada de Máximo fue más que una alegría en aquella casa de piedra. Aquel miércoles nacía mi abuelo, al que un golpe de corazón hizo que no lo conociera nunca.


La llegada de los Goñi a Leache, es relativamente moderna, los primeros Goñi que aparecen son Matías y María Goñi, ambos de padres incógnitos según consta en el libro parroquial de bautizados, curioso es, no obstante, que no constando los padres, si conserven el apellido del padre, y teniendo en cuenta que no había ningún Goñi anterior en Leache, el origen de su apellido podría tener dos posibilidades.

La primera que algún Goñi de Aibar, Sada, Cáseda, Moriones, Ezprogui, o cualquier pueblo cercano abandonaran a los dos hijos (desconocemos sus fechas de nacimiento y si eran de un mismo parto, o de dos abandonos), pero sería muy curioso que dejaran el apellido de Goñi.

La segunda vía podría tener más sentido, si sus desciendientes datan de los años 1831 y 1834 los primeros, querría decir que la fecha posible de nacimiento de Matías y María sería desde 1808 a 1813, es decir en plena guerra de la independencia, si tenemos en cuenta que Leache fue lugar de reposo de Espoz y Mina y sus soldados, no sería raro algún escarceo y cuyo fruto pudiera ser los primeros Goñi en Leache, concretamente he podido documentar a un Sebastián Goñi, natural de Mendigorría, del 3er batallón de Espoz y Mina que combatió en la batalla de Vitoria en 1812. Además puede no ser anecdótico que la primera Goñi, Teresa Clara Orzanco de Goñi, fuera apadrinada por Teresa Murillo, de Ejea de los Caballeros, mujer de Francisco Moriones y madre de Domingo Moriones y Murillo, el general Moriones, casa en la que se hospedaba Espoz y Mina, y bastantes de sus mejores soldados. Prometo seguir investigando.


Matías fue por tanto el primer Goñi varón de Leache, el primero que mantuvo el apellido, se casó con Petra Sos Pernaut, y tuvieron dos hijos varones, Martín y Alberto Goñi Sos. Martín Goñi se casó con Josefa Suescun, y en 1864 tenían a Valentín Goñi Suescun, el padre de Máximo, mi abuelo. Desde aquel día hasta los descendientes que somos hoy, visto así, parece que el tiempo pasa muy pronto.


Era un Miércoles, y las campanas de la iglesia de la Asunción tocaban a nacimiento, lo bautizaron el mismo día, los ánimos no estaban para muchos cohetes, aquel año una plaga de Filoxera asolaba a todos los viñedos de la zona, en Leache y Aibar especialmente, desde 1902 se había ido propagando desde la Rioja Alta, hasta en dos años, llegar a todas las provincias limítrofes.


Aquel año de 1904 fue una año en el que nacieron grandes y curiosas personalidades, entre ellos, Cary Grant, Glen Miller, Salvador Dalí, Pablo Neruda, Jhonny Weissmüller, Alejo Carpentier, Deng Xiaping y Peter Lorre. Principalmente personalidades artísticas y creativas, y hasta algún curioso dictador de la China mandarina.



El ABC no se publicó aquel día, desconozco la causa, La Vanguardia abría su cabecera a 5 centimos de coste el periódico y en sus ocho limitadas páginas, barajaba los sucesos más importantes del día anterior y del presente.


En la portada, todo se encontraba lleno de esquelas, algo muy habitual en las portadas de los periódicos de entonces, y que nos habla mucho de como se vivían aquellos años convulsos de principios de siglo XX.


Pocos días antes, el 9 de abril había fallecido Isabel II, la reina de España de 1833 a 1868, la reina a la que le tocaron vivir los años bélicos de las guerras carlistas, y a la que ni su abdicación en su hijo le permitió ver una España sin revoluciones ni muertos de por medio. Fallecía a los 84 años en París y su cuerpo volvió a España para ser enterrada en el Monasterio de El Escorial junto a su marido.


En Barcelona el 12 se celebraban los funerales por la muerte de Isabel II con la presencia del rey. Cada 15 minutos un cañonazo desde Montjuich y desde el crucero Numancia, que estaba en puerto, se anunciaba la ceremonia eclesial, Barcelona bullía de movimiento y los principales políticos se encontraban en la ciudad.


Así, Joaquín Miguel Artal, un anarquista, esperaba la llegada del presidente Maura después de haberse entrevistado con el rey. Maura llegó en coche, y el joven se abalanzó como para saludarle, se lanzó con un sobre y un cuchillo debajo, y al tenderle la mano Maura, le clavó el cuchillo en el pecho, aquel suceso marcó la vida política de España en aquellos días.


En Pamplona y en Navarra en general, la violencia se palpaba en las calles, la provincia era la más peligrosa de España, raro era el que no llevaba pistola o faca para defenderse, por suerte en los pueblos se vivía de otra manera, aunque se tiraba de arma con facilidad. Por eso, las publicaciones ultraconservadoras y católicas tenían cabida en un comienzo de siglo que tildaban de apocalíptico.


Los primeros calores de la primavera llegaban en aquellos días, aunque la sequía en el campo había sido la tónica habitual en los meses anteriores.


Los cines en Barcelona proyectaban las primeras películas informativas que eran los documentales de la época, con las visitas que el rey Alfonso XIII hacía en los sitios más importantes, o las imágenes bélicas de la guerra ruso-japonesa.


Como estrenos literarios de aquellos días destacaban La Busca de Pío Baroja de su trilogía La lucha por la vida que publicó en ese mismo año, junto con Teatro de Jacinto Benavente. Las librerías anunciaban los libros como hoy se anuncian los mejores estrenos cinematográficos.


Aquel 1904 recibía el premio nobel de literatura José de Echegaray y Eizaguirre, ingeniero, matemático, dramaturgo y político español. Era un premio compartido con el poeta provenzal Fréderic Mistral y se convertía en el primer español en recibir un premio Nobel, noticia que no gustó mucho a los miembros de la Generación del 98.


Rebuscando entre los curiosos anuncios que se encontraban en la prensa de la época, me encuentro con este módulo que sonrojaría a más de uno en estos tiempos y que pocos jurarían que pasaba en España tan sólo hace poco más de 100 años. Casamientos por amor al dinero, sin lugar a duda.


Como se puede ver las algas ya eran algo que se utilizaba en aquellos años, en estos caso para la obesidad, o como lo llaman también la "gordura excesiva", al menos, según dicen, era un producto inofensivo.


También aportaban consejos de higiene, como el hecho que "es deber sagrado de toda buena madre amamantar a su hijo", colocando al biberón como el principal enemigo de una buena madre, y como final dicen "es un crimen dar de comer a un niño antes del año…". Si podéis leerlos que no tienen desperdicio.


Los emplastos porosos hacían furor en la época, los dolores reumáticos y lumbago eran muy característicos de aquellos tiempos. Llama mucho la atención que todos los nombres que se buscan para los medicamentos eran principalmente de extranjeros.


En Pamplona, en la calle Mercaderes, La industrial era una tienda de referencia para los muebles de la casa. Curioso el empleo de la palabra etageres para referirse a estanterías.



Otro producto que hacía furor era el elixir de protocloruro, de hierro con hipofosfitos, que podría parecer una bomba, pero según dicen era el recetado por verdaderas eminencias y curaba las anemias y raquitismo, al menos, este sí era de Vivas Pérez, puro producto nacional. Similar servicio, y también nacional era el vino de peptona Ortega, que también aplicaban a la carne, que denominaban carne peptonizada y a la leche, peptona de leche. La peptona es un medio para el cultivo de bacterias.

Y así discurría ese año de 1904, en que mi abuelo nació en Leache, la vida se lo llevó pronto, y apenas lo pudieron disfrutar sus hijos, y mucho menos sus siete nietos, de los que no conoció a ninguno. Ciento ocho años después de tu nacimiento yo no quería dejar de felicitarte, abuelo. Felicidades.

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