jueves, 19 de abril de 2012

El día que tocamos el cielo



Era un lunes frío, muy frío. Era un lunes en la montaña más alta del mundo, en el Everest, a 8.848 metros por encima del mar. Era y fue, el día que por unos segundos tocamos el cielo con nuestro nombre sin movernos de nuestro despacho gracias a mi amigo Víctor Izquierdo.


Víctor no lo había tenido fácil en su pelea personal con el Everest, dos intentos anteriores le habían dejado a las puertas de una cima de la que él puede decir que nadie en la tierra estaba por encima suyo. Las otras veces y siempre por el maldito mal tiempo se quedó a 7.200 metros la primera vez y a 8.000 la segunda, en ambos casos casi ni veía la cima por el temporal, pero sabía que estaba ahí. Un lunes 18 de mayo de 2009, el Everest se doblegó a su persistencia, acompañado por el sherpa Mukthu, que ya había tocado la cima del Everest en seis ocasiones, afrontaron el ataque definitivo desde su último campo base a las once de la noche del domingo a 8.350 m de altura, mientras otros estábamos viendo la tele tan tranquilos desde casa.


Por suerte, aquel día los idus estaban de cara, el cielo estaba despejado, y el maldito viento no había hecho acto de presencia. Avanzaron a sabiendas de que sus vidas estaban en juego, la ascensión además se realizaba por la temida cara norte, si hay que hacerlo, cuanto más difícil mejor. Siete horas de esfuerzo brutal para avanzar 500 empinados metros, obtenían su sacrificio, y a las seis de la mañana se hacía la foto que os he puesto hoy con la cara del triunfo y del dolor, y regalándonos que por un momento nuestro DOGO tocase el cielo. Después tocaba bajar y en una montaña no hay nada fácil, como ya conté en subir, para tal vez, no bajar.


El frío y el viento comenzaron a tomar posiciones, y la bajada se complicó. Muchas expediciones comerciales intentaban subir o se daban la vuelta, mientras dos Víctor y el sherpa, agotados, descendían a duras penas por las heladas laderas. Sobre el horizonte blanco que se empinaba hacia abajo descubrieron dos siluetas que la nieve hacía desaparecer por momentos y que vagaban sin rumbo, Víctor decidió abandonar su descenso y acercarse a ellos, eran dos alpinistas italianos, un hombre y una mujer, ambos sufrían ceguera por la falta de oxígeno, y Víctor los conocía del campo base, a 8.500 m. decidieron ayudarles a bajar, a sabiendas de que la muerte ya había tomado su decisión, a duras penas y con mucha fuerza pudieron descender con ellos las dos paredes verticales, que ya en condiciones normales son temibles, y tras largas horas pernoctaban en el campo III, sin saborear todavía el triunfo. Al día siguiente, sin reponerse todavía del todo bajaron hasta el campo base y los italianos pudieron ser tratados.


Siempre hay un día en el que tocas el cielo, lo sientes, pero casi ni lo puedes disfrutar, algunos se desesperan por querer tocarlo eternamente, a mi, me basta con saber que un día estuve allí, y soy igual de feliz el día que toqué el cielo, que el día que toqué el suelo. Aunque difícilmente me veréis subir una montaña, a sabiendas de que luego la tengo que bajar, Víctor ya lo hace por mi. Felicidades Víctor.

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