lunes, 7 de mayo de 2012

Estampas vitorianas I



Sobre Vitoria un cielo gris y plomizo lo tiñe todo de una melancolía permanente. Mientras algunas gotas remojan las baldosas en un "ni que sí, ni que no", llenando el gris de puntos negros que apagan todavía más las curiosidades que me devuelve la ciudad en forma de estampitas.


En el centro de la plaza de la Virgen Blanca el monumento de la batalla de Vitoria se alza como una pirámide repleta de tensión y de historias de siglos pasados. A la misma hora en que miro las esculturas, un 21 de junio de 1813 las tropas de la 1ª división de Morillo se lanzaban a una encarnizada batalla contra las experimentadas, y cada día menos temidas, tropas francesas. Aquella mañana todo se tiñó de sangre y cañonazos, gritos y banderas que defendían sus vidas para acabar reflejados en piedra que se contempla todos los días olvidando su verdadero significado.


La ciudad vive ajena a aquellos muertos y héroes anónimos que le dieron la vuelta a una guerra frente al todo poderoso ejército Napoleónico. Más de 20.000 muertos y heridos sembraron los campos y las calles de una ciudad que olvida pronto, mientras 38 regimientos ingleses, en la actualidad, todavía portan el nombre de Vitoria en sus estandartes en recuerdo de la acción de aquel día. Muertos y héroes con medallas hechas en polvo de arena que las olas del tiempo ahogan sin remisión.


En los cantones lenguas acristaladas conteniendo escaleras mecánicas taladran las calles sin llevar casi gente, van hacia arriba, camino de una luz que no se manifiesta, y que se apaga por momentos.


Por arriba y por abajo la escalera surca su viaje entre casas con historia y catedrales de película infestadas de escrementos de paloma. Una campana rompe el silencio de la mañana y las mujeres salen como hipnotizadas a los portales con la fregona en mano o el carro de la compra, a contemplar los restos de la batalla de la noche, que en forma de líquidos y cristales crea una alfombra sobre los adoquines.


Tras las paredes y las verjas, las pinturas se sienten presas del tiempo, que con mugre marca su paso, dejando ver algo de vida retenida entre hierros deformados y ojos de mirada perdida.


Las paredes se encierran en sí mismas, con verjas acalladas hace poco y con las huellas de la noche cercana, entre ellas carteles de fiesta y vida, que se amontonan entre capas y capas, para contar lo que sucede y se acaba con rapidez inusitada. Imágenes que compiten por ser más vistas que sus compañeras, efímeras triunfadoras que en breve un papel mayor cubrirá para siempre.


Y al final de una pared, la vida que brinca una tapia, llena de verde la calle y también mi alma cuando dejo pasar mi mano extendida por entre las hojas que cuelgan hacia el suelo, en un intento de regresar a su origen, mis dedos huelen a vida y sigo caminando entre una ciudad que me acoge, triste de aspecto, pero con historias sin acabar en cada esquina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...