martes, 8 de mayo de 2012

Estampas vitorianas II



Al pasar por las aceras contemplo las casas, algunas me responden medio borrachas, con los balcones torcidos y haciendo extraños equilibrios entre las verticales y horizontales que las cruzan. Debajo el bar Inguru permanece ignorante de lo que sucede encima de sus cabezas y seguro que alguno más cargado de dosis de alcohol que de menos, encuentra sentido al enigma enderezando los balcones con una maestría desconocida por él hasta entonces.


Otras casas se muestran barbudas de hiedras, la naturaleza lo cubre todo llegando a cubrir parte del negocio de kebabs y el portal, ha rodeado las ventanas añadiendo cejas a dos ojos que me miran y me provocan una media sonrisa.


Por contra, otras ventanas, casi puertas por la poca distancia que hay al suelo, se encuentran tapiadas al mundo, cubiertas de ladrillos en vez de cristales, y con una verja que deja de tener cualquier sentido de protección. La ventana tapiada y la puerta abierta, curiosa paradoja.


En esta casa la modernidad se plasma de forma artesana, en el número 99 han instalado un portero automático en una casa de tan sólo dos plantas, pero al no poder empotrarlo sobre la pared se han inventado una curiosa "L" de madera en el que se embute la tecnología de aluminio con la madre naturaleza.


En toras casas de solariega presencia las plantas se escurren hacia el suelo, como goteando hojas, las que están más arriba buscan la escasa luz que les llega de los estrechos callejones de la zona antigua de la ciudad.


Las paredes de otras casas se llenan de color y escenas sin sentido que adornan un espacio como si se dejara un comic abierto. Los dibujos se conducen por los recovecos, haciendo dificil distinguir donde está una ventana o el tubo de la cañería de los trampantojos que nos proponen los grafiteros.


En uno de los cantones las paredes laterales de dos casas comienzan a mostrar su lado más colorido, pronto se lanzarán a la luz llenas de matices e historias que ni los días de lluvia podrán apagar.


Sigo andando y me tengo que volver dos pasos para atrás, casi se me escapa el grafiti de la planta-basura-maceta, me gusta mucho su simbolismo y lo que aporta en esas calles oscuras de por sí y tan llenas de suciedad los fines de semana, por la noche, sin luz se marchita y desaparece, para surgir con fuerza con las primeras luces del día.


Casi justo enfrente las verjas pintadas del Sótano parece que controlan los últimos rugidos de música heavy de la noche de ayer, son como las puertas del infierno de una historia de Stephen King en la que sólo algún atrevido se atreve a llamar a su timbre.


A los ecos de una música dulce me acerco en el final del paseo de mi mañana, son unos músicos callejeros que asentados en el medio de la plaza de Correos llenan de aires celtas y jazz la ciudad, atrayendo a todos los que pasan que les miran con la perplejidad de lo desconocido.


Me marcho a mi redil lleno de imágenes y pensamientos, hilando ideas que encuentran su hueco con sutileza entre mis desvaríos, y sin poder olvidar unos ojos que me miran de un cartel encarcelado en su pena.

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