miércoles, 24 de octubre de 2012

Anguiano, de la noche al día



El sábado, día de Gracias, en Anguiano todo se veía muy gris. El día se mostraba plomizo y con una capa de nubes que conquistaba las cimas de los montes peinándolos de una niebla cana que parecía iba a descender en momentos. A las afueras del pueblo, el silencio y los colores lo dominaban todo. El otoño se hacía una paleta de colores verdes que brillaban más que nunca por las gotas de agua que el cielo dejaba caer. El tiempo pasaba entre fiestas y celebraciones al compás del silencio.


En un visto y no visto, entre comidas familiares y sobremesas tardías, la noche se apoderó del día. Las luces de la carretera dejaron paso a las luces de los coches, que de paso, buscaban un sitio donde parar, mientras todos los huecos parecían ocupados por vehículos de cualquier tipo. Los riscos parapetaban el sonido de un pueblo festivo y sólo llegaban los ecos distorsionados de canciones de verano, en una incipiente noche, que se notaba fresca y de bares llenos.


El barrio de Cuevas se quedaba a la izquierda, protegido de la noche, y en pleno silencio. El gris del día  que mostraba las casas pardas, dejaba paso a las luces de las farolas que como otro día lucían por los rincones que a la madrugada callan, para no contar historias que se quieren recordar. Voces de niños traviesos se oyen, a la par de ladridos de perro que protestan por petardos de origen bien conocido. El Najerilla acompaña mi camino, desde abajo, casi sin hacer ruido.


En Los Casales comenzaba el ambiente festivo. Ahora sí, la música se hacía protagonista, y la distorsión y el mal gusto musical evidentes. Sobre la carretera, coches mal aparcados, vidrios rotos y los huecos idóneos para dejar el líquido que los cuerpos de madrugada ya no pueden retener. Las gentes se cruzan, unos que van y otros que vienen, barrigas hambrientas de comida y de besos en familia. Bocas que se abren y bostezan a la hora maldita en que todo el mundo busca dónde parar sin saber muy bien de donde vienen.


Los puestos de ropa, bolsos y collares se encuentran ahora vacíos. El barullo de la tarde, con sus regateos y deseos infantiles concedidos, ha dejado paso al silencio y al bocadillo del tendero. Los motores de los generadores suenan creando una banda sonora que mata cualquier conversación.


En las barracas más de lo mismo, los bolos aguardan a algún ser perdido que quiera probar puntería. Del techo, como arañas, cuelgan un montón de peluches, por los que los niños babean.


En las camas elásticas los niños todavía hacen cola, y sus padres resignados se alivian con turnos más rápidos que los de la tarde. Las niñas saltan locas de alegría, mientras se miran unas a las otras y se provocan para ver quién lo hace mejor. ¡Salta, salta, pequeña langosta!


La churrería es la que se encuentra más demandada, el olor y el antojo se mezclan entre cucuruchos de papel y azúcar. Los niños esperan comer algo, que por excepcional, sabe mucho mejor. El humo y el olor continúan a lo largo de la calle, mezclándose con el olor a comida casera de las casas.


Es la hora mágica en la que el pueblo descansa, en el que sus calles, ausentes de gente, muestran sus casas repletas de vida. Es esa hora en la que unos esperan a comerse la noche y otros descansan por habérsela comido ya. Es esa hora única que da paso de la noche al día y que aguarda en silencio a lo que está por venir.

2 comentarios:


  1. Genial¡¡¡ David, te estas ganando a pulso, ser el primer pregonero de la historia de Anguiano.

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    1. Yo me dejo, pero no me responsabilizo de lo que diga en el pregón, que ya sabes que soy muy insurrecto.
      Un abrazo.

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