viernes, 11 de enero de 2013

Más madera que es invierno



Durante estas Navidades tocaba reponer de madera la leñera de nuestra casa de Llanes. Hasta ahora nos habíamos apañado con leña que había ido trayendo desde Zaragoza y algún que otro saco que había comprado por la zona, así que tocó informarme de quien vendía leña, puse la mejor de mis caras y en el primer día de compra le pregunté a la cajera del Alimerka, tras un sí, y un no, y un tal vez, conseguí que me dieran el teléfono de un tal Agustín. La aventura de la leña comenzaba.


- Sí, dígame, contestaron al otro lado del teléfono.
- ¿Agustín?, pregunté.
- Sí, calla que no oigo (parecía que le decía a alguien), Sí, soy yo, contestó Agustín.
- Mira, es que me han dicho que vendes leña, afirmé sin tenerlo claro del todo.
- Pues claro, ¿cuánto necesitas?, me preguntó.
- Pues no sé, ¿cómo la vendes?, pregunté a su pregunta.
- ¿Cuántos metros cúbicos necesitas?, me volvió a preguntar Agustín.
- Ufff, ufff, resoplé intentando recordar cuanto espacio era un metro cúbico.
- A ver, yo tengo una furgoneta y entran unos cinco metros cúbicos, es roble y seca, bien seca, afirmó Agustín al notar mi silencio.
- ¿Y eso cuántos kilos son?, pregunté
- Pues unos 3.000 kilos, más o menos, aseguró con dudas Agustín.
- Eso es mucho, ¿no?, respondí asustado
- Pero es que te sale mejor, pero si quieres te traigo menos, dijo el maderero.
- ¿Y cuánto valen? pregunté
- Son 310 euros toda la carga, dijo rotundo Agustín
- Pues sean los cinco metros cúbicos, respondí con grandes dudas.

Continuamos la conversación dándole los datos de donde estaba, y a las pocas horas, sobre las 12 de la mañana una furgoneta entraba por la puerta y soltaba toda la carga sobre el jardín. Apretaba la mano de Agustín, un gran hombre que también se hubiera podido medir por metros cúbicos y comencé a sudar sólo de pensar la mañana que me esperaba llevando troncos a mano hasta la leñera que se encontraba al fondo, ni una carretilla tenía para ayudarme, así que empecé al grito de más madera.


Abrí el coche, bajé las ventanillas y puse la música a tope. Comprobé que la madera de roble pesaba lo suyo y los troncos tenían su tamaño y peso. Un viaje. Dos viajes. Tres viajes. Cuatro viajes. Miré lo que había hecho, resoplé pensando todo lo que me quedaba delante. Mientras canciones de Doctor Deseo animaban mis pasos.


Continué con los viajes. Los primeros calores comenzaron, la manga corta era ya prenda suficiente con el abrigo. No se cuantos viajes llevaba y tan sólo había cubierto una de las caras. Ahora tocaba comenzar a rellenar con troncos la parte de adelante. Resoplé al compás de una canción de Bunbury que hablaba del final cuando yo no había hecho más que comenzar.


De la leñera a los troncos, uno en una mano, otro en la otra, otro en el antebrazo y otro apoyado sobre el que apoya en el antebrazo, ahora camino a la leñera intentando llegar en equilibrio, aceleré los últimos pasos, soplido de alivio, pero demasiado prematuro. Uno de los troncos se resbala y cae directamente sobre los dedos de mi pié. Grito con insulto contenido mientras el sudor cae y Amaral canta a los chicos de su barrio. Cómo duele el pié.


Otra vez para aquí y otra para allá. Paro un segundo, ya he conseguido acabar una parte. Me pregunto cuántos metros cúbicos llevaré. Miró con el ojo libre al montón de leña y observo a mi pesar que poco ha bajado de volumen. Me entristezco y paso de sacar cuentas, Enrique Urquijo canta y me hace cantar,  por suerte en voz baja, que no quiero que llueva.


El sudor hace acto de presencia y los primeros dolores de brazo, la corteza de los troncos también hace lo suyo. Un buen sorbo de una botella de agua y a seguir, no sin antes resoplar un par de veces volviendo a ver el montón de leña que queda. Ahora Quique González me anima con el estribillo de la ciudad del viento, una buena manera de enganchar otros troncos.


Poco a poco la leñera va subiendo. La parte de atrás va desapareciendo, pero todavía queda mucho. June me ayuda llevando alguna ramita que encuentra en el suelo a la leñera, no puedo por menos que reírme. Paro a atarme los cordones, todavía me duelen los dedos del tronco que me ha caído antes. Aprovecho y bebo un poco de agua. El sudor ya es considerable y desde las ventanillas del coche Manolo García se apodera de la mañana que ya se ha convertido en mediodía.


Sigo a lo mío reconociendo que los brazos cada vez pesan más. June sigue con sus ramitas. El hambre comienza a aparecer pero no quiero parar hasta acabar. Los viajes cada vez son más lentos y la leñera parece enorme. Me paro un momento y creo que ya llevaré algo más de la mitad, pero el montón de leña no parece decir lo mismo, para mi que cuando me doy la vuelta vuelve Agustín y me hecha otra carga de metros cúbicos de regalito.


Sin embargo ahora cada vez los viajes se notan un poco más, parece que lo empiezo a tener controlado. Para a beber un poco de agua y me llaman a comer, pero no quiero parar, sólo quiero acabar. Mis riñones no piensan lo mismo, un cuerpo acostumbrado a la silla de ruedas y a mirar un ordenador y libros casi todo el día, tiene poco que ver con llevar troncos de un lado a otro.


Por fin he conseguido acabar. Ahora ya sé que cinco metros cúbicos no llenan toda la leñera todavía me entrarían dos más. Por suerte la furgoneta de Agustín sólo era de cinco. Contemplo la leñera con los brazos en jarra, sujetándome los riñones y sacudiendo el polvo de los pantalones. Es diciembre pero el día es estupendo o yo he conseguido calentar bien los motores. Me marcho a comer que me lo he ganado. En la chimenea los primeros troncos de roble arden calentando el salón.


Después de varias horas salgo a ver la leñera. La miro y la miro alegrándome del trabajo ya hecho. Barro un poco el suelo y me acerco a cerrar el coche que se había quedado con las ventanillas bajadas. Horror, horror, horror. El coche se ha quedado sin batería, a la vez que tenía puesta la música me había dejado las luces en automático. Ahora me viene a la cabeza que dejé de oír la música de repente. Horror, horror, horror. Llamar a la grúa y esperar.


Después de un día tan duro, miro las hojas que el otoño ha dejado sobre el césped y que me tocará recoger mañana. Las miro y mientras espero la salvación de la grúa me digo a mi mismo que mañana lo haré sin música. Es invierno, pero no lo parece, más madera para el coche.

2 comentarios:

  1. La leña es lo que tiene. Te calienta varias veces. Creo que no te ha quedado muy bien recogida. Deberías sacarla y volverla a apilar otra vez.

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...