lunes, 8 de abril de 2013

Abrazos cuando el viento sopla fuerte



De repente el móvil suena. Es mi amigo. Una sonrisa se me dibuja antes pasar el dedo por la pantalla del móvil y responder a una voz que siempre me gusta escuchar. —"¿Qué pasa amigo?"— pregunto sin esperar ninguna respuesta concreta con el único objetivo de adelantarme a sus palabras. —"Soy Josema, David"— me responden desde el otro lado, pero con un tono, que rápidamente desdibuja mi sonrisa que empieza a caer hasta componer una de esas caras que denominan serias. La voz de mi amigo es contenida, pesada y melancólica, comienza a hablar y nada bueno se augura.


Me comenta que el resultado de unas pruebas que se hizo su mujer no ha sido bueno. Un maldito bulto junto a un pecho les ha quitado estos últimos días el sueño desde que les dijeron que había que quitarlo lo antes posible. Mientras me hablaba me costaba poco rellenar los huecos de su dolor y evitaba lanzar preguntas que lo único que harían sería ahondar en la angustia. Escuchaba en callado silencio arrugando con mi mano mi frente y sin saber bien que decir, que palabra pronunciar que diera alivio en la herida abierta. El tiempo se había hecho eterno.


El desconsuelo es evidente, la noticia ha caído como un jarro de agua fría y todavía están los dos empapados en la angustia de un pánico que crece en forma de enfermedad. Ella tiene el precedente de madre y otros familiares, y los miedos del pasado vividos muy de cerca se vuelven a despertar como sino se hubieran enterrado nunca. Mirar a sus hijas y sentir lo que no se quiere pensar, provoca un agudo escalofrío que no deja dormir. Están en el momento peor, con la bofetada recién recibida y sin saber muy bien desde dónde ha llegado y quién se la ha dado.


Le intento decir, que por suerte, donde tiene el bulto, las posibilidades de cura son muy altas. Me contesta de la misma forma que ha respondido a tantos que le han intentado calmar con lo mismo, pero aún así, lo hace con mucho cariño. Después de ese intento mi voz se ha quedado muda, tan sólo me despido con un ánimo cargado de corazón. El móvil se cierra recordando la llamada como tan sólo un dato. Mis manos tapan mi cara. Mis pensamientos tapan a mis manos.


Después de unos segundos sigo igual de roto, pensando que su dolor podría ser el mío, y si yo no encuentro consuelo para mi mismo, difícilmente lo encontrará él para sí mismo. Sólo un abrazo me aliviaría, un abrazo apretado, de los que hablan mejor que las palabras. Me hubiera agarrado a él, como si fuera una esperanza que no se pierde, y no me hubiera soltado hasta sentir mitigar nuestra tristeza. En ocasiones así, me agarro a los abrazos para decir lo que no tiene nombre, y es que no hay mejor medicina que los abrazos cuando el viento sopla fuerte y en contra, pero muy pronto izaremos velas buscando los buenos vientos y recuperando la esperanza, pero hoy, abrázame.


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