miércoles, 20 de noviembre de 2013

Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona II: dando tiempo



Casi siempre a esas horas que llego de la mañana la puerta del Palacio Episcopal se suele encontrar cerrada y la plaza vacía o acompañada del fresco mañanero de la ciudad. Desde allí, me dedico a caminar por las calles aledañas, sin prisa, en busca de un café reconfortante mientras los ruidos de algún vehículo de limpieza y los padres que arrastran a sus niños al colegio me acompañan como una radio en la mañana.


Cualquier calle que tome está cargada de historia y de monumentos. De angelitos que se desperezan en un día que comienza a abrirse. De gente que bosteza sin cesar sin haber empezado el día. Recorro las calles ensimismado en mis historias, imaginando recorridos de otros tiempos, batallas en las murallas y gritos de dolor del que todavía queda algún eco.


Me voy topando con edificios restaurados que cuelgan frente a su clásica puerta carteles multicolores que difícilmente casan para el que ve el monumento y no el edificio. Justo al lado una cafetería informal. Mientras tomo el café y ojeo la prensa, un camarero argentino habla sin cesar con cualquier funcionario que entra por la puerta. Lo quiere saber todo. Al salir me doy cuenta de cuánto agradezco el silencio de una calle.


Casi enfrente antiguas dependencias de la iglesia acogen refugio para los peregrinos que toman el camino navarro que pasa por Sangüesa. Ladrillo y piedra que acogen a caminantes que rompen sus pies por un reto, por un deseo, por una promesa. De vez en cuando alguno sale por la puerta con rumbo perdido y todo un día por delante.


Siento que las calles callan mucho. Dejan muchas historias apagadas por el tiempo y que son difíciles de escuchar. Miro el reloj. El tiempo pasa muy despacio, es en este momento cuando siempre pienso que no tenía que haber madrugado tanto, es en este momento cuando me acuerdo de algún día que llegue por los pelos al archivo después de no poder aparcar en un rato, es en este momento cuando me acuerdo que casi no me he parado al calor de un bar por la palabrería de fondo que escuchaba.


Las calles y las casas se muestran curiosas. Alzas la vista y te encuentras collage de colores que parecen no venir a cuento, hornacinas que protegen a vecinos, fregonas con agua de varios días y muchas vidas detrás de los balcones y las puertas. Alguna quejumbrosa se asoma entre visillos ante mi obstinada curiosidad.


Por curiosidad me topo con foto Leache, al recuerdo me vienen muchas imágenes de San Fermines en esa calle y por un momento viajo en el tiempo. Luego me quedo recordando el pueblo al que tanto quiero y del que viene mi motivo de la visita, Leache.


Mi curiosidad llama la atención de alguien que pasa por la calle. No es común encontrarse a alguien tan curioso a estas horas, y menos, sin ser festivo. Satisfago su curiosidad y se queda feliz, como si me hubiera contado algo brillante al indicarme que Leache es un pueblo y un apellido. Yo no hago nada por cambiar su opinión, me encanta la gente amable. Me quedo un poco más disfrutando de la tipografía retro de la tienda de fotografía.


Miro el reloj y ya va siendo hora de desandar mis pasos. Camino con más celeridad hacia el archivo. La ciudad ha perdido cierto encanto desde que llegué, la penumbra ha ido dando paso a más luz, y aunque se agradece, le ha robado un aspecto muy nostálgico a la ciudad, pero a trabajar mandan.

Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona I: la llegada
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona III: sala de espera
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona IV: la búsqueda
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona V: la inclusa de Pamplona
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona VI: la salida

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...